Nos levantamos con las pilas cargadas para un nuevo día. Cambiábamos de hotel pero teníamos varias paradas que hacer antes.
Estábamos ansiosos por llegar al palacio de Lindershof. En las guías habíamos leído que además de ser el único que pudo ver acabado Luis II, era el más lujoso, y también nos lo habían ido diciendo en las audioguías que habíamos llevado.
Desayunamos bien y nos pusimos en marcha.
Llegamos al palacio de Lindershof, y sólo verlo por fuera, ya impresionaba. Está rodeado de unos jardines preciosos. Como no hiper románticos. Con pequeños túneles cubiertos de hiedra, estatuas doradas allá donde miras, setos, parterres y fuentes preciosísimas.
Entramos al palacio y si lo de fuera era espectacular, lo de dentro nos dejo sin habla, sin respiración. Los dorados cubrían todo lo que mirábamos y entonces la audioguía dijo: todo lo dorado esta recubierto de pan de oro. La boca se nos abrió tanto que tocó el suelo. Pero la explicación siguió. Jarrones de no se qué dinastía china, muebles de maderas nobles... Entre tanto, llegamos a la habitación del monarca. Una cama de 2x 2.50, con cortinajes y colcha en azul oscuro (su preferido), una lámpara que casi no cabría en mi salón toda de cristal de Murano, todas las paredes con frescos y todas las columnas doradas, como no.
Hasta Gorka movía la ceja como diciendo: No veas, no?
Salimos del palacio con la sensación de que además de estar como una chota, ser un auténtico egocéntrico y un derrochador, el pobre rey Luis II tuvo el final que él sólo se había buscado. Y es que después de que se creara una comisión política a sus espaldas, lo fueron a buscar, lo trasladaron a otro palacio donde tenerlo controlado y en un par de días aparecía ahogado, junto a su médico, en un palmo de agua. Y no es que le desee ese final a nadie, es que entiendo perfectamente como podía sentirse el pueblo al que estaba arruinando por completo.
Pero aun nos quedaba por ver la gruta. Y consiguió volver a sorprendernos. Como no, estaba hecha en honor a Wagner y basada en una de sus operas.
La gruta tiene un sistema de iluminación, según nos dijeron la primera que se hizo de este tipo, que permite ir cambiando los colores, además de un laguito con una barca dorada .
Por si era poco, siguiendo las indicaciones llegamos a un mini palacete árabe. Otro de los caprichos de su majestad.
Y como colofón, la vista desde las escalinatas de enfrente del palacio. Sin ninguna duda, el más lujoso y bonito de los tres que habíamos visto.
El día iba avanzando y teníamos que seguir nuestro camino. Sabíamos dónde íbamos pero no sabíamos cuál iba a ser nuestra reacción.
Fue un día de contrastes. Del lujo más refinado a la mayor crueldad que puede haber. Íbamos al campo de concentración de Dachau.
Por suerte, queda poco de lo que fue. El edificio de intendencia, donde hay una exposición con las historias de reclusos, la del campo y la cronografía de los hechos allí acaecidos además de los que iban pasando durante la segunda guerra mundial. Un pequeño documental, bastante crudo, por cierto, hacia que te pusieras en situación.
Los barracones están reconstruidos (sólo dos) y hay unas literas tal y como las tenían.
Al fondo del campo, los crematorios y la sala de "duchas" que aunque según la explicación, no se ha podido demostrar que se usó, justo fuera hay una fotografía con una pila de cadáveres en la misma puerta. Allá cada uno lo que quiera pensar. En Dachau perdieron la vida más de 40.000 personas. Aunque no están contadas las que morían al salir de los trenes, ni las que se llevaban, al principio de entrar en funcionamiento, a matarlas a otro sitio que habían adecuado para ello.
Mis sensaciones iban cambiando de una sala a otra. En el patio, donde los hacían formar para "pasar lista", se me cayó el alma a los pies. En aquel momento podía haber 36ºC y sólo pensar que los tenían horas de pie, y el que se torcía lo mínimo que le pasaba era que lo apaleaban allí mismo, me ponía los pelos de punta.
Pero la peor sensación fue cuando me quedé sola en la sala que había justo antes de las "duchas" para que se desnudaran. Quise salir rápidamente. Y entonces llegué a las puertas de la salas de duchas. Las vi, me imaginé los gritos, las lágrimas y los abrazos que debieron darse en el último momento. No quería ver más. No quería pensar más.
Aunque parezca mentira, los hornos no me causaron tanta impresión. Ya habían fallecido. Quizás era una manera de purificarse después de que aquellos seres inclementes y despiadados les habían pegado, humillado y experimentado con ellos.
Había mucha gente haciendo fotos por todos los sitios. Para mi es una falta de respeto a los muertos. Sólo cabía una foto. La del monumento en el que dice que ojalá con el recordatorio de lo que allá sucedió, seamos capaces de evitar que vuelva a pasar otra vez.
Y si, vuelvo a tener las mismas ganas de llorar que tuve cuando lo vi allí.
Recordemos. Sólo eso. Recordemos las barbaridades de las que somos capaces e intentemos no llegar a una situación parecida nunca más.
El día acabó en Nuremberg, nuestro nuevo destino. Lo que vimos aquella noche de la ciudad nos pareció precioso.
Cansados, pero contentos de nuevo, nos fuimos a la cama más ilusionados que otros días. El día siguiente era el día de Gorka y estábamos deseando ver la cara que iba a poner.